S’acosta el desembre, s’acosten les vacances i
s’acosta l’estiu.
Han arribat les entregues, les festes de
comiat i les presses per acabar de quadrar el viatge.
Ha vingut també la culpabilitat per haver fet
una vida de persona normal i no d’estudiant d’arquitectura a la que estic
acostumada, utilitzar el comodín “sóc intercambista, no sóc d’aquí” per poder
entregar dilluns una cosa que ens queda pendent.
Ha arribat el treball intens de final de
quadrimestre, la sensació estranya d’estar acabant a finals de novembre.
Arriben les vostres fotos amb bufanda per Barcelona. I els motius nadalencs a
les portes dels veïns que em fan pensar que visc en un edifici de bojos
(imagineu-vos que un dia d’agost sortiu de casa i teniu dibuixos d’avets nevats
a les portes). 
Si fos a Barcelona i no hagués dormit durant
72 hores, ara mateix seria un monstre enfadat, cansat i ploraner.
Aquí no tinc una mama que em faci un bon
sopar, la programació absurda de la televisió espanyola per distreure’m al menjador
de casa, o una universitat que obre 24hores al dia amb més estudiants com jo. Les
nits d’empalmada aquí compten amb uns ingredients especials, que suposo que són
els que han fet que no m’adormi i que avui m’aixequi i em segui a fer més
feina.
Tinc
una finestra.
Riureu, si. 
Però tinc una finestra on veig com
s’acosten els núvols de tempesta. Veig com comença a ploure i em plou sobre la
taula. Veig les postes de sol. Veig el senyor del parking 24hores com passeja
de nit. Tinc una finestra amb una sargantana blanca. Veig com menja tots els
mosquits que passen. Veig les llums dels cotxes que passen. Veig com s’aclara
el cel a les 5:30, veig els veïns obrir les llums. Veig un gat sobre les
teulades. Relaxo la mirada i descanso uns minuts creient-me que, tot i patir tant com a Barcelona, val la pena ser aquí.
| Diga-li finestra, diga-li postal. | 
No m'ho compareu amb aquell forat de metre d'ample al pati on ventilen les cuines amb les boniques vistes a una veïna borde que escolta David Bisbal cada matí. Allò no és una finestra, allò és un forat culpable que jo estudii arquitectura per impedir-ho.
Tinc energia.
Ni m’agrada la cocacola, ni el cafè, ni els
energètics. Sempre empalmo sense res. Bé, ningú em pot treure els meus colacaos
calents del “moment de pensar”, però no utilitzo res per mantenir-me desperta,
només el meu nerviosisme per haver de treballar. La part dolenta de no
drogar-se és que quan l’ordinador va massa lent, o quan has de fer una cosa que
no necessiti concentració, caus adormida instantàniament. 
Adormir-se al metro a
Barcelona és graciós, adormir-se en un autobús que creua una favela no tant. 
Per això, ahir tenia un repte, ficar-me en un bus a l’hora de la migdiada, amb
un sol d’estiu a la cara i aguantar mitja hora desperta fins arribar a la uni. Tenia
la solució: comprar-me un açaí.
L’açaí és un menjar que no és conegut fora d’aquí
i que hauria de ser-ho.
L’açaí, és un fruit d’una palmera amazònica.
La polpa d’aquest fruit es congela i es tritura, i es ven així, en una pasteta
rara lilosa entre gelat, batut i iogurt. Està molt fred. Més que un gelat. T’ho
pots beure o menjar a cullerades si hi poses trossos de fruita (normalment plàtan)
i granola. Té un gust estrany molt dolç, podria dir que és semblant a fruites
del bosc, però crec que és el color el que m’ho fa pensar.
| a | 
| Açaí na tijela com banana e granola | 
A part d’estar boníssim i ser un xute de
sucre, resulta tenir propietats antioxidants i energètiques. He vist bars que
fan còctels d’açaí amb redbull i altre energètics anomenant-ho “Super bomba mix”. 
No sé si era la gana que tenia, però sembla
que em menjo un açaí i em transformo en superguerrer. De totes maneres, per evitar tornar a
necessitar-lo, millor em dedico a treballar més durant el dia.
INGREDIENTES
Se acerca diciembre, se acercan las vacaciones y se acerca el verano.
Han llegado las entregas, las fiestas de despedida y las prisas por acabar de cuadrar el viaje.
Ha llegado también la culpabilidad por haber hecho una vida de persona normal y no de estudiante de arquitectura a la que estoy acostumbrada, utilizar el comodín "soy intercambistas, no soy de aquí" para poder entregar lunes una cosa que nos queda pendiente.
Ha llegado el trabajo intenso de final de cuatrimestre, la sensación extraña de estar acabando a finales de noviembre. Llegan vuestras fotos con bufanda por Barcelona. Y los motivos navideños en las puertas de los vecinos que me hacen pensar que vivo en un edificio de locos (imaginaros que un día de agosto salís de casa y tenéis dibujos de abetos nevados en las puertas).
Si estuviera en Barcelona y no hubiera dormido durante 72 horas, ahora mismo sería un monstruo enfadado, cansado y llorón.
Aquí no tengo una madre que me haga una buena cena, la programación absurda de la televisión española para distraerme en el comedor de casa, o una universidad abierta 24 horas al día con más estudiantes como yo. Las noches de empalmada aquí cuentan con unos ingredientes especiales, que supongo que son los que han hecho que no me duerma y que hoy me levante y siga haciendo más faena.
Tengo una ventana.
Os reiréis, si.
Pero tengo una ventana por donde veo como se acuestan las nubes de tempestad. Veo como empieza a llover y me llueve sobre la mesa. Veo las puestas de sol. Veo el señor del parking 24 horas como pasea de noche. Tengo una ventana con una lagartija blanca. Veo como se come todos los mosquitos que pasan. Veo las luces de los coches que pasan. Veo como se aclara el cielo a las 5:30, veo los vecinos encender las luces. Veo un gato sobre los tejados. Relajo la mirada y descanso unos minutos creyéndome que a pesar de sufrir tanto como en Barcelona, vale la pena estar aquí.
No me lo comparéis con aquel agujero de metro de ancho al patio donde ventilan las cocinas con las bonitas vistas de una vecina borde que escucha David Bisbal cada mañana. Aquello no es una ventana, aquello es un agujero culpable que yo estudie arquitectura para impedirlo.
Tengo energía.
Ni me gusta la cocacola, ni el café, ni las bebidas energéticas. Siempre empalmo sin nada. Bien, nadie me puede quitar mis colacaos calientes del "momento de pensar", pero no utilizo nada mantenerme despierta, solo mi nerviosismo por tener que trabajar. La parte mala de no drogarme es que cuando el ordenador va demasiado lento, o cuando tienes que hacer una cosa que no necesite concentración, te duermes instantáneamente.
Dormirse en el metro de Barcelona es gracioso, dormirse en el autobús que cruza una favela no tanto.
Por eso, ayer tenía un reto, meterme en un bus al mediodía, con un sol de verano en la cara y aguantar media hora despierta hasta llegar a la uní. Tenía la solución: comprarme un açaí.
El açaí es una comida que no es conocida fuera de aquí, y que debería serlo.
El açaí es un fruto de una palmera amazónica. La pulpa de este fruto se congela y se tritura, y se vende así, en una pasta rara violeta entre helada, batida y yogur. Está muy frio. Más que un helado. Te lo puedes beber o comer a cucharadas si pones trozos de fruta (normalmente plátano) y granola. Tiene un gusto extraño muy dulce, podría decir que se parece a frutos del bosque, pero creo que es el color el que me hace pensarlo.
Aparte de estar buenísimo y ser un chute de azúcar, resulta tener propiedades antioxidantes y energéticas. He visto bares que hacen cócteles de açaí con redbull y otras bebidas energéticas llamándolo "Super bomba mix".
No sé si era el hambre que tenía, pero parece que me como un açaí y me transformo en superguerrero. De todas las maneras, para evitar volver a necesitarlo, mejor me dedico a trabajar más durante el día.
INGREDIENTES
Se acerca diciembre, se acercan las vacaciones y se acerca el verano.
Han llegado las entregas, las fiestas de despedida y las prisas por acabar de cuadrar el viaje.
Ha llegado también la culpabilidad por haber hecho una vida de persona normal y no de estudiante de arquitectura a la que estoy acostumbrada, utilizar el comodín "soy intercambistas, no soy de aquí" para poder entregar lunes una cosa que nos queda pendiente.
Ha llegado el trabajo intenso de final de cuatrimestre, la sensación extraña de estar acabando a finales de noviembre. Llegan vuestras fotos con bufanda por Barcelona. Y los motivos navideños en las puertas de los vecinos que me hacen pensar que vivo en un edificio de locos (imaginaros que un día de agosto salís de casa y tenéis dibujos de abetos nevados en las puertas).
Si estuviera en Barcelona y no hubiera dormido durante 72 horas, ahora mismo sería un monstruo enfadado, cansado y llorón.
Aquí no tengo una madre que me haga una buena cena, la programación absurda de la televisión española para distraerme en el comedor de casa, o una universidad abierta 24 horas al día con más estudiantes como yo. Las noches de empalmada aquí cuentan con unos ingredientes especiales, que supongo que son los que han hecho que no me duerma y que hoy me levante y siga haciendo más faena.
Tengo una ventana.
Os reiréis, si.
Pero tengo una ventana por donde veo como se acuestan las nubes de tempestad. Veo como empieza a llover y me llueve sobre la mesa. Veo las puestas de sol. Veo el señor del parking 24 horas como pasea de noche. Tengo una ventana con una lagartija blanca. Veo como se come todos los mosquitos que pasan. Veo las luces de los coches que pasan. Veo como se aclara el cielo a las 5:30, veo los vecinos encender las luces. Veo un gato sobre los tejados. Relajo la mirada y descanso unos minutos creyéndome que a pesar de sufrir tanto como en Barcelona, vale la pena estar aquí.
No me lo comparéis con aquel agujero de metro de ancho al patio donde ventilan las cocinas con las bonitas vistas de una vecina borde que escucha David Bisbal cada mañana. Aquello no es una ventana, aquello es un agujero culpable que yo estudie arquitectura para impedirlo.
Tengo energía.
Ni me gusta la cocacola, ni el café, ni las bebidas energéticas. Siempre empalmo sin nada. Bien, nadie me puede quitar mis colacaos calientes del "momento de pensar", pero no utilizo nada mantenerme despierta, solo mi nerviosismo por tener que trabajar. La parte mala de no drogarme es que cuando el ordenador va demasiado lento, o cuando tienes que hacer una cosa que no necesite concentración, te duermes instantáneamente.
Dormirse en el metro de Barcelona es gracioso, dormirse en el autobús que cruza una favela no tanto.
Por eso, ayer tenía un reto, meterme en un bus al mediodía, con un sol de verano en la cara y aguantar media hora despierta hasta llegar a la uní. Tenía la solución: comprarme un açaí.
El açaí es una comida que no es conocida fuera de aquí, y que debería serlo.
El açaí es un fruto de una palmera amazónica. La pulpa de este fruto se congela y se tritura, y se vende así, en una pasta rara violeta entre helada, batida y yogur. Está muy frio. Más que un helado. Te lo puedes beber o comer a cucharadas si pones trozos de fruta (normalmente plátano) y granola. Tiene un gusto extraño muy dulce, podría decir que se parece a frutos del bosque, pero creo que es el color el que me hace pensarlo.
Aparte de estar buenísimo y ser un chute de azúcar, resulta tener propiedades antioxidantes y energéticas. He visto bares que hacen cócteles de açaí con redbull y otras bebidas energéticas llamándolo "Super bomba mix".
No sé si era el hambre que tenía, pero parece que me como un açaí y me transformo en superguerrero. De todas las maneras, para evitar volver a necesitarlo, mejor me dedico a trabajar más durante el día.
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I tu què? Llegeixes i no em dius res? ;)